viernes, 7 de octubre de 2011

Keith Vargas

Recordar, siempre quise recordar. Su cara, sus manos, su voz, su dulce olor. Pero lo olvidé casi todo, sólo recuerdo sus grandes ojos negros y su melena plateada, sé que me sonreía pero no recuerdo su sonrisa. De su voz no retengo nada, tan sólo una melodía que perdura en mi mente y siempre viene cuando tengo miedo, cuando desearía que estuviese de nuevo a mi lado. Olía a orquídeas, no sé porque pero cada vez que huelo una, me embriaga su suave presencia, y me siento en sus brazos de nuevo. Y la perdí, eso sí lo recuerdo, como se la llevaron, sólo tenía 3 años, y se la llevaron de mi lado. Y me quedé abandonado, siempre buscándola, deseando que estuviese orgullosa de mí, estuviese donde estuviese. Hoy, después de 13 años, sigo buscándote mamá. Siempre seguí tus consejos, fui fiel a los demás sin importar como pagasen, protegí siempre al débil sin importar las consecuencias, busqué la justicia en todo. Espero un día volverte a abrazar y oírlo de tu boca. Qué estas orgullosa de mí.

Los primeros días me quedé en casa, pero me faltó comida y tuve que salir. Pregunté por ti a todo el mundo. Me lo quitaron todo, la primera noche me robaron lo que tenía. Sólo pude conservar los pantalones. Un día vi a dos chicos mayores pegar a otro niño, se reían de él y le daban patadas. Tuve que defenderle mamá, pero no pude con ellos. Dejaron al otro chico y me pegaron a mí. Y lo próximo que recuerdo fue despertar tirado en el callejón. Eso sucedió muchas veces mamá. Tú me dijiste que un verdadero hombre defiende siempre al débil, y así lo hice. Aprendí a cazar palomas y gatos, eran buenos para comer, y otras personas sin casa me los cambiaban por ropa, sopa y otras cosas. Llegué a ser muy bueno, con un palo de madera era capaz de cazar cualquier cosa, así que pronto tenía para vivir y para ayudar a otros. Ya casi nunca perdía cuando defendía a alguien, pelear es como cazar, y con mi palo podía con casi cualquier chico, aunque fuesen del doble de mi edad. Con 7 años recuerdo que defendí a un niño gordito. Se llamaba Mike y estaba siendo atracado por 4 chicos de unos 12 o 13 años. Aparecí y les grité que le dejasen. Me insultaron, me llamaban el “pequeño tigre” en la ciudad porque nunca tenía miedo de nadie. Uno de ellos sacó un cuchillo, deberías haberlo visto, era enorme. Pero no podía irme,¿ y si le hacían daño? Dejaron al chico y me atacaron. Golpee la cabeza de uno desde la derecha, moví el brazo hacia la izquierda en arco hacia abajo y sentí un fuerte crujido en la rodilla de otro de los chicos. De los dos que quedaban, uno dio un paso atrás, pero el del cuchillo se acercó mucho, yo no quise mamá, pero sucedió. Me atacó con el cuchillo agarrado con las dos mano por encima de la cabeza, los gatos a veces se tiran a los ojos y siempre los detenía en el aire con mi palo, y eso hice, lo alcé al encuentro del cuchillo mientras giraba a la derecha, paré su arma y moví el palo en arco desde su cuchillo a su espalda, y le golpee con todas mis fuerzas, el calló hacia delante… Se había clavado su propio cuchillo mamá… No pude ayudarle… Sólo se quedó Mike y el chico muerto, el resto salió corriendo. Mike le sacó el cuchillo mientras yo estaba llorando. Arrojó al muchacho al río y volvió a mi lado. Nos hicimos muy buenos amigos. Se llamaba Mike Vargas y nos volvimos hermanos. Poco a poco otros niños abandonados se nos iban uniendo, nos defendíamos, nos alimentábamos. Cuando tenía 9 años, casi 10, unos soldados borrachos mataron a Mike cuando yo no estaba cerca, lo encontré tendido, sangrando. Había perdido al único amigo que tuve. Me di cuenta que sólo siendo fuerte puedes llegar a hacer justicia. Adopté su apellido, por lo que ahora soy Keith Vargas.

Después de mucho pensarlo, me dirigí al castillo para pedir un puesto de aprendiz de soldado, se rieron, y me pusieron a las órdenes de Alfred Thorne, el herrero del castillo. Aprendí el arte de forjar armas y armaduras. Trabajé duro para aprender a forjarme mi propia espada. Y cuando lo hice, con 12 años, pasaba mis ratos libres usándola para acostumbrarme a su peso. Se me daba extrañamente bien. Asistía a las ceremonias religiosas en el castillo, hablaban de dioses poderosos, pero veía el mundo, su complejidad y maravillas, y le pregunté al sacerdote quien lo había creado todo. Me contó que existía una deidad llamada Ao que era el dios supremo, creador de todo, incluso de las otras dimensiones y de los otros dioses, pero que no hacía caso a los mortales, y por tanto estos no le adoraban. ¿Pero que mejor dios para adorar que el mayor de todos? Para mi sorpresa Él me escuchaba. Le conté sobre ti, sobre Mike, sobre mí. Esa noche tuve un sueño, estaba frente a un gran trono, rodeado de luz y esplendor. Había alguien sentado sobre él, su cabello era blanco pero brillaba más que el Sol, su voz era poderosa y me asusté, aunque a la vez era cálida y apacible. En ese momento me caí al suelo, de rodillas y sin atreverme a mirar. – Has sido elegido Keith, no temas, Yo estoy contigo- dijo.

Al momento desperté. Me levanté y me fui a entrenar antes de ir a trabajar, aún era de noche. Cuando llevaba como media hora alguien se me acercó. –Te gusta pelear chico?- dijo severo- hoy me demostrarás lo que sabes.

Me fue a buscar a la forja, estaba sudoroso, y me llevó al patio. Muchos soldados jóvenes más mayores que yo formaban una larga fila. Ellos tendrían unos 15 o 16 años, mientras que yo sólo tenía 13. Luché con espadas de madera, rellenas de plomo para pesar exactamente igual que las de metal. No eran soldados expertos, así que vencí a los dos o tres que se enfrentaron a mí. Así que me aceptaron. El capitán Ser Mark Blunster me dijo que me esforzara y llegaría lejos, y lo hice. Los nuevos reclutas siempre se acercaban a mí, y siempre los traté con respeto y simpatía. Cómo tú me habías enseñado mamá. Por alguna razón los débiles y necesitados siempre se acercan a mí. Creo que Ao me los envía. Sabes mamá, creo que Ao no nos ha olvidado, sino que nosotros le hemos olvidado a Él. Es más fácil adorar a los dioses que te lo dan todo hecho. Yo no me olvidaré de Él, ni tampoco de ti.

Ahora tengo 16 años. Formo parte de la élite de la guardia de la ciudad. Estoy seguro de que estarías orgullosa de mí. Sé que ya lo estás, y que estés donde estés has oído hablar de mí. Que me vigilas en secreto. Mamá, un día encontraré a quienes te hicieron daño. No te olvides de mí. Yo no me olvidaré de ti.

Ao, en su momento, nos volverá a unir.

Keith se giró en su camastro, siempre hablaba con su madre antes de dormir. Estuviese donde estuviese, él estaba seguro de que ella podía oírle. Quizá confiaba en que su Dios le contase acerca de él. Sonrió, inspiró con fuerza, y se quedó dormido. Mañana sería un día duro…