jueves, 12 de marzo de 2009

Isla de Patmos... 95 dC.

“No voy a poder llevarla, es demasiado pesada” Pensó Claudio mientras observaba aterrado la enorme roca que debían transportar entre su compañero y él.
-No podemos llevarla- Aseguró negando con su cabeza. Apoyo las manos en sus rodillas y cerró los ojos- Ya oigo el látigo del capataz en nuestras espaldas…
-No te preocupes hijito- Contesto el anciano con su habitual tono tranquilizador- Sea lo que sea no solucionaremos nada lamentándonos, vamos allá- y remangando su vestido agarro un lateral del enorme pedrusco.
A duras penas lograron levantarlo unos centímetros y al soltar la roca oyeron el inconfundible chasquido del látigo. El cruel capataz primero golpeo al anciano, Claudio vio perfectamente congestionarse el rostro de su compañero y como se desplomaba sobre la enorme losa, cerro sus ojos de forma automática y sintió el amargo beso en su espalda.
-¡Arriba holgazanes! ¡Necesitamos esa piedra para la columnata ya!- Y volvió a golpearles…
Aquella noche Claudio lloraba, salió de Hispania 4 años atrás en busca de una mejor vida y había sido descubierto en un barco rumbo a Corinto como polizón. Y un año después había terminado allí, en Patmos, aquella terrible isla de la que nunca nadie salía. Solo le quedaba la esperanza de morir pronto, y que los dioses tuviesen piedad de él. Se coloco de cara a la pared en el frio suelo y procuro que nadie se diese cuenta de su llanto. El anciano a su lado parecía hablar solo todo el tiempo y pese a haber recibido varios latigazos parecía estar tranquilo, sereno, en paz. “Debe estar loco” siempre pensaba Claudio y no solía hablar con él.
-¿Hijito por qué lloras?- Pregunto el anciano casi en voz inaudible
-No lloro.- Respondió Claudio lo más sereno que era capaz, aunque se dio cuenta de que su tono de voz le había delatado.
-Yo a veces también lloro- Aquello no extrañó al chico, aquel anciano debía llevar allí muchos años.- Pero quizá yo lo llevo mejor que tú porque yo sé algo que tú no sabes.
Claudio giró en el suelo, seguía en posición fetal pero ahora miraba al anciano con los ojos llenos de lágrimas, pensaba que era un loco pero quién sabe, ¿sería posible que hubiese algún secreto que él no sabía que le ayudaría a estar mejor en aquella horrible “isla-cárcel”?
-¿Cuál es ese secreto?- Había desesperación en su voz.
-Mi secreto se llama Cristo- Hizo una pausa mientras sonreía- Es el Hijo de Dios y va a venir a buscarme.
Claudio jamás había oído hablar de ese Cristo y se sorprendió. Se incorporo mientras el anciano comenzaba a relatar sobre Dios que había creado los cielos y la tierra, que era Todopoderoso y como había elegido un pequeño pueblo, de los judíos sí que había oído hablar muy mal, pero nunca había conocido uno en persona. Habló de Moisés y la ley. De la desobediencia del pueblo y al final de un tal Jesús, de cómo vivió y de cómo murió. Resucito y dijo que volvería. No solo Claudio escuchó, cada preso en aquella celda escuchaba atento lo que el anciano decía.
El sol comenzó a salir mientras los reclusos entregaban sus vidas a Cristo. Ese día fue igualmente duro, hubo latigazos, poca comida, poca agua y un calor sofocante; pero todos y cada uno de los presos de la celda de Claudio tenían otra expresión en su rostro, casi triunfal.
¡El Hijo de Dios mismo iba a venir a rescatarlos y haría justicia! Cada golpe recibido era respondido por una sonrisa, “hará justicia” otro golpe “debo amar a quien me hace daño” uno más “Dios es amor”…
Regresaron a la celda al anochecer, y le pidieron al anciano que continuase hablándoles de ese Cristo. Relató su vida, sus milagros, y lo que había dicho varios años atrás.
Estaban expectantes, ¡Cristo volvía! ¿Qué estarían haciendo cuando regresase? Así que todos y cada uno de ellos se dedicaban a hablar a todo el mundo sobre Cristo, tanto a presos como a guardias y capataces. Zas, un latigazo “Dios te ama” Zas “y te perdona” Zas “Te perdona…” Algunos eran asesinados allí mismo con una sonrisa en su rostro. Estarían con vestidos blancos y nuevos delante de Dios cantando, y no en esa isla. Pero al mismo tiempo que cada día más y más presos caían a los pies de Cristo, los guardias también empezaban a ser tocados. Todos y cada uno de los presentes en aquella isla en medio del Gran Mar escuchaban el evangelio a diario hasta que al final tanto presos como guardias habían entregado sus vidas a Cristo.
Hacía dos años de aquella fría noche en la que Claudio había estado llorando en el suelo de la lúgubre celda, y se había convertido en un líder en la isla. Mediaba entre los demás y los ayudaba siempre que podía. El anciano, que se llamaba Juan, seguía hablando cada día al anochecer pero ya no lo hacía en la celda, sino en un lugar donde todos los habitantes de la isla podían escucharle. Incluso a veces se quedaban hasta altas horas de la noche y al día siguiente los guardias permitían a los presos entrar a trabajar más tarde. Lo increíble era que el trabajo iba mejor que nunca, más rápido, mejor hecho, con mayor eficiencia. Los guardias, capataces y presos trabajaban hombro con hombro, sudando y riendo, cantaban canciones que ellos mismos componían o que Juan les había enseñado. Y los días pasaban bastante felices. La isla, que tiempo atrás había sido un lugar terrible de sufrimiento, ahora era un lugar de alegría, los presos que llegaban nuevos a la isla eran asaltados por guardias y reos que los hablaban del amor de Dios y su perdón. Unos antes y otros después todos terminaban rindiendo sus vidas a Cristo y uniéndose a la gran familia que en esa isla vivía.
-Hijito necesito una pluma y papiro, por favor-Pidió un día Juan a Claudio- Dios va a mostrarme algo y necesito escribirlo.
-Juan, casi no puedes ver, ¿cómo vas a escribir?
-No lo sé, pero Dios me dijo que tenía que buscarlo. ¿Podrías hacerlo?
- Claro, preguntare al centurión y veré que puedo hacer. ¿Necesitas algo más?
- No gracias hijo, solamente eso.
Juan ya no trabajaba, era muy mayor y había sido común acuerdo que los ancianos a partir de los 65 años ya no debían trabajar. Le pareció rara la petición de Juan, ¿para que quería papiro y tinta? Pero si Dios se lo había dicho por algo sería. Llamo a la puerta del centurión.
-Adelante- dijo y sonrió al ver a Claudio- ¿Cómo estas hijo?- Casi todos le llamaban así porque era de los más jóvenes.
-Estoy muy bien Octavio. Vengo porque Juan me ha pedido papiro y tinta, Dios le ha pedido que lo consiga.
-Mmm- Pensó mientras rascaba su calva cabeza- Creo que tenemos las dos cosas, déjame mirar y te diré lo que consigo.
- Gracias Octavio, que Dios te bendiga.- Salió de la casa y volvió al trabajo.
Pasadas un par de horas Octavio se presento frente a Claudio con un rollo de pergamino y dos botes de tinta además de una pequeña pluma. Tomo todo en sus manos y fue a la cabaña de Juan.
-Aquí tienes todo Juan- Dijo mientras dejaba los utensilios sobre la mesa- Octavio lo consiguió de la guarnición.
- Muchas gracias hijito- Lo abrazó- Siéntate y escribe- Claudio se puso nervioso, era verdad que sabia como hacerlo, su madre le había enseñado cuando era pequeño, pero de eso hacía ya por lo menos 7 u 8 años. De todas formas no quería contradecir a Juan así que se sentó y tomó la pluma. “Dios mío ayúdame a escribir”
- Escribe justo lo que yo te diga hijo mío- Se sentó y comenzó a hablar- Revelación de Jesús el Mesías, que Dios le dio para manifestar a sus siervos lo que debe suceder en breve, y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan,…
Claudio comenzó a temblar, aquello era algo serio, algo mayor que él, noto como escribía mejor que nunca y como sus sentidos estaban agudizados al máximo y no perdía detalle sobre lo que Juan hablaba. La tarea tomó varios días, iglesias, sellos, trompetas, copas, dragones, mujeres, una serie de símbolos y sus explicaciones que no lograba entender.
Una mañana de verano Juan terminó de hablar. Se sentó en el suelo junto a un árbol y comenzó a sonreír.
-Hijito mío ya terminé- Cerró sus ojos y se quedo un momento sintiendo el sol en su anciano cuerpo- Aquí termina mi vida, ya pronto me iré con Jesús- Ambos sonrieron, no había nada mejor que eso, y encima el tener la oportunidad de decirse hasta luego era lo más grande que Dios podía dar.- Me gustaría despedirme de todos.
Con el sol en alto, Juan comenzó a hablar:
-Todos sabéis que Cristo vuelve pronto, hoy termine de contar lo que El me hablaba y todo lo tiene Claudio en su poder. Es el final de lo que sucederá con esta tierra y una confirmación más de ¡Qué vuelve! – todos comenzaron a gritar, no podían esperar al día en que su Señor volviese a por ellos. Dios mismo viniendo a la tierra para rescatar a sus hijos, para buscarlos, para llevarlos a un lugar sin tormento, y también para hacer justicia. Por cerca de una hora, todos estuvieron gritando alabanzas a Dios y a su Hijo Cristo. Y por fin Juan continuó.
-Todos y cada uno de vosotros tenéis la obligación de difundir este mensaje, Jesús dijo antes de partir que debíamos ser testigos de Él y de todo lo que había hecho por este mundo. Yo se que estáis aquí presos, y otros sois guardias, pero Dios nos impulsa a trabajar para El. No temáis. Debéis copiar todas las veces que sea posible y con exactitud el texto que Claudio tiene en su poder, debe ser él quien lo supervise. Y en un año Cesar vendrá a Patmos, verá vuestro trabajo y os concederá la libertad a todos. Debéis llevar una copia de este texto a cada una de las siete iglesias y también predicar el evangelio a toda criatura como nuestro Señor ordenó. Amados, porque todos sois muy amados, amémonos unos a otros, porque el amor procede de Dios; todo el que ama, es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no conoció a Dios porque Dios es amor.
Yo me voy ya con el Señor Jesús. Sé que nos veremos pronto, y será un placer estar allí con el Maestro y con vosotros hijitos míos.- Juan se sentó en una silla, todos y cada una de las personas que estaban presentes tenían lagrimas en sus ojos, pero no era tristeza, era alegría. Juan se iba con el Señor, eso era muy bueno, pero es que además ellos iban a tener el inmenso privilegio de poder hablar a otros sobre Jesús. Y jamás habrían siquiera pensado en tener un día ese privilegio. Dios había dicho a través de Juan que serían perdonados por Cesar así que debían estar preparados porque si Dios lo había dicho, sin duda sucedería… Y comenzaron a copiar el libro que un día seria conocido como el Apocalipsis de San Juan.

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